“Quan érem capitanes!”. Alicia Llácer, Soledad
Márquez, Ana M García e Isabel Sáez en Valencia, curso 89/90
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Tuve la suerte de conocer a Alicia Llácer
durante el año en el que juntas estudiábamos el Máster en Salud Pública del Institut
Valencià d'Estudis en Salut Pública (IVESP), allá por el curso 89/90, a tiempo completo, mañana y tarde, de
lunes a viernes. Fueron muchos los bienes que me proporcionó este máster. Allí
aprendí casi todo lo que sé (y la manera de seguir aprendiendo, y de querer
seguir aprendiendo) de la Epidemiología y la Salud Pública. Muchos de los profesores
han sido mis maestros. Entre los compañeros surgieron afectos y afinidades para
toda la vida. Por casualidad (no nos conocíamos antes), el primer día de clase nos
sentamos cuatro mujeres en la misma mesa: Isabel Sáez, Soledad Márquez, Alicia
Llácer y yo misma. Y seguimos compartiendo mesa durante todo el año. Nos
apodaron “las chicas de oro”, seguramente al rebufo de la famosa serie que por
aquellos tiempos circulaba en televisión. Alicia, mujer pequeña y discreta, pronto
nos regaló su cariño, que ha durado desde entonces. Desde entonces también, ella
se ganó nuestro afecto y el respeto de todas. De una manera que siempre he
querido tener bien presente, las cuatro, tan diferentes, nos complementábamos.
Personalmente aprendí mucho de todas. Nuestro pragmatismo de buenas alumnas se
desesperaba y maravillaba con las elucubraciones y cautelas de Alicia, especialmente
cuando debíamos abordar cualquiera de los múltiples trabajos de clase, en
algunos casos para entregar al día siguiente (uno de ellos, lo recuerdo bien, lo
recordaremos todas siempre, lo terminamos in
extremis en mi casa, tras pasar toda la noche en vela y acabar cortando por
lo sano, para descontento de nuestra amiga Alicia e intranquilidad de todas
nosotras). Recuerdo también bien cuando a mitad de alguna (o de todas, podría
ser) de las clases de Epidemiología, Alicia se levantaba refunfuñando y regresaba
oliendo a Ducados de tal forma que no se sabía si ella se había fumado un
cigarrillo o el cigarrillo se la había fumado a ella.
Sole me llamó el pasado domingo,
no me encontró en casa y dejó un mensaje. “Ha muerto Alicia, nuestra Alicia”.
En mi caso ya sólo veía a Alicia en los congresos de la SEE, siempre divertida,
atenta y cariñosa. La buscaba para oír sus comentarios sobre las mesas y
presentaciones, y me gustaba mucho escucharla intervenir en las sesiones
plenarias, algo que hacía pocas veces, yo creo que era bastante tímida, es
seguro que se le quedaba mucho por decir. Pero siempre que hablaba, había que
escucharla. Porque Alicia lo entendía todo y dudaba de todo, era curiosa e inquieta,
como una buena estudiante, como debe ser cualquier persona joven, tengo el
convencimiento de que Alicia fue joven toda su vida. Y con lo que decía nos hacía
entender y dudar, y nos daba ganas de seguir aprendiendo y de seguir dudando. La
última vez que hablé con ella estaba a punto de jubilarse. Yo la felicité (según
entendí luego, torpemente) y le expresé mi alegría por la nueva vida que
empezaba. Pero ella no estaba nada contenta: “Si no trabajo no veo gente, no hablo
con la gente, lo echaré mucho de menos, sobre todo a los jóvenes, no sé qué voy
a hacer”. Yo tampoco supe qué decirle. Los jóvenes que no la conocieron, todos
los que no aprendieron, dudaron y trabajaron con ella, han perdido mucho desde
que Alicia se fue. Y yo también.
Ana M García, en
nombre de todas.
En Valencia, a 22
de septiembre de 2014,
con Alicia en la
cabeza, en los ojos y en el corazón.
Muy bien, Ana, emocionante. La vida y la obra de Alicia perduran, ella será perdurable. Un abrazo.
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